Hubo una vez un país al que le robaron la identidad. Con excusas que el tiempo se encargó de desmentir, sus verdugos decían ser los encargados del proceso de reorganización nacional. El discurso para la gente: terminar con los “subversivos” y espantar el fantasma comunista que, decían, soplaba con fuerza entre los rebeldes.
(clarin.com)
Hubo una vez un país sometido al miedo. Tanques en las calles; periodistas censurados; medios de comunicación que desinformaban; allanamientos sin permiso judicial. Discursos enérgicos. Mentiras. Estado de sitio. Desaparecidos.

(elpais.com)
Hubo una vez un país que no quiso más. El pueblo salió y votó con un entusiasmo inédito. Recuperaban la libertad. Pelos cortos, o largos. Leían a Smith, o a Marx. Pero la gente estaba herida por una guerra que nunca debió ser. No la que quisieron imponer, sino la que libraron con la idea de movilizar a quienes ya no confiaban en sus métodos.

Hubo una vez un país ciego, que los perdonó. El Presidente de todos gobernó para unos pocos. Decretó las leyes de la vergüenza. Las llamaban obediencia debida y punto final. Sí, la persona que había sido elegida para juzgarlos, les dio otra oportunidad. Claro, tenía con ellos muchas ideas en común.
Hubo una vez un país que comenzó a buscar la verdad.
